El proceso de
globalización por el que atraviesa la humanidad en su conjunto es abordado como
una consecuencia lógica de la expansión del capitalismo a nivel mundial, en
donde los paradigmas de la cultura, las tradiciones, la comunidad, el
territorio y el Estado–nación son trastocados de tal forma que se hace necesario
construir nuevos conceptos para intentar comprender y explicar los procesos por
los que transcurre la humanidad en al actualidad. Medios masivos de
comunicación, sociedad de la información, posindustrialismo, posmodernismo, son
algunos de las categorías que surgen, para intentar explicar el presente en que
vivimos. Brünner discurre en el desarrollo del texto en cada uno de estos
conceptos, los toma, analiza y ubica como categorías propias de la
globalización y la posmodernidad desde una perspectiva que permite comprender
cabalmente las inéditas circunstancias en que estamos insertos todos los seres
humanos, no importando origen étnico o nacionalidad, todos de alguna forma u
otra formamos parte de esta nueva realidad mundial.
La definición de globalización
se entiende como la extensión de los mercados, es decir, como parte inherente
al modo de producción capitalista, por ello es necesario afirmar que su lógica
de reproducción no ha cambiado, es más, se ha extendido el criterio de máxima
ganancia en menor tiempo posible; de igual forma, la noción de trabajo adquiere
una dimensión universal, los mecanismos de obtención de la plusvalía se
incrementaron, acrecentándose también la alineación del trabajo, toda vez que
los procesos de producción se han fragmentado y diversificado por todo el orbe.
La idea de la posmodernidad es entendida entonces como el “estilo cultural correspondiente a esa realidad global” (p. 11) parece
que viene a argumentar que la dimensión global está más allá de las voluntades
de los seres humanos y por lo tanto aparece como neutra, “sin izquierdas ni derechas” (p. 11).
La cultura como parte de
la globalización emerge comprendida sólo desde la perspectiva de la
posmodernidad y será en este campo que se podrán explicar los procesos globales,
es por ello que el tema de las industrias culturales emerge como el elemento
central de transmisión y reproducción de la cultura, son ellas quienes dominan
a nivel global dicho proceso. Vivimos en un espacio de producción constante y
permanente de símbolos transmitidos y promovidos por las industrias culturales.
Se señala que las tradiciones están en proceso de desaparición, de “descentración”,
“… son devoradas con la misma rapidez que
las novedades, alcanzando ambas su punto de fuga antes haber cristalizado en la
conciencia de la gente” (p.15). Sin embargo, desde mi punto de vista no se alcanza
a caracterizar cómo y de que forma son devoradas, parece que no hay más una
opción, que los contenidos de la posmodernidad actúan sólo como un proceso
unidireccional y uniforme, es decir, que se influye de igual forma en los
distintos grupos sociales y culturales, no se toma en cuenta que los grupos
humanos que sostienen dichas tradiciones, también son actores que quizá están
en un proceso de refuncionalización y resignificación de sus propias
tradiciones.
Si bien la globalización
ofrece un innumerable mercado de signos, a una velocidad vertiginosa que espera
que los sujetos –sean individuales o colectivos, asimilen e incorporen a su
cotidianidad todo el bombardeo de mensajes que se emiten por los medios masivos
de comunicación, motivando y promoviendo el consumo y la homogenización de la
cultura. En realidad, lo que sucede es que los sujetos resignifican ese mercado
de signos, es decir, los múltiples mensajes y los innumerables signos y
símbolos que a diario se transmiten, no son asumidos pasivamente, sino que cada
grupo los incorpora a su código de acuerdo a su realidades sociales e
historicidad específica, así como a su sistema de símbolos y significados
construidos socialmente, los nuevos signos son adoptados y adaptados conforme
se pone en juego su sistema de necesidades.
En realidad, la
globalización debe ser vista como el contexto en que desenvuelve la sociedad en
su conjunto en la actualidad, por tanto, en cuanto entorno es necesario ubicar
sus límites, influencias y estigmas. En el mismo sentido, es preciso acotar la
idea de la posmodernidad, si bien al insertarse y formar parte de los procesos
globales, de alguna manera refleja los intereses que surgen del capitalismo
global, no lo es todo, no actúa y se desenvuelve de forma homogénea, aunque
intenta convertirse en la nueva cultura hegemónica de la humanidad. Brünner afirma que “… el mercado de símbolos es
ahora la base de la conciencia posmoderna y global”, (p. 22) no obstante, no
se puede reducir los procesos de significación y resignificación a un simple
“mercado de símbolos”, es relevante comprender los nuevos mecanismos de los
mercados globales, pero no se debe caer en un reduccionismo económico, para así
poder caracterizar las dinámicas culturales.
Entre los aspectos que
se destacan en el proceso de generación de la globalización, especial
relevancia corresponde a la formación de una “sociedad de la información inmersa en un clima cultural de época;
(p. 27) que si bien se extiende por todo el globo, no es universal, es decir,
no todos los seres humanos participan bajo las mismas condiciones ni forman
parte de ella, sólo un sector de la humanidad tiene acceso y capacidad de tomar
decisiones respecto a la múltiple información y formas de comunicación que se
encuentran disponibles. Sin embargo, todavía la mayor parte de la humanidad
sólo recibe la información, no ha alcanzado a poseer los medios tecnológicos y
de conocimiento para recibir, procesar y retroalimentar la información generada
en los procesos provocados por la globalización.
En este contexto, se
reconoce que la sociedad de la comunicación no ha traído certezas a la
humanidad, al contrario a provocado más incertidumbre. La sociedad actual
vislumbra los cambios, pero desconoce el carácter de los mismos. Las
sensaciones de incertidumbre e inseguridad que se desprenden de los procesos de
globalización y de la cultura del capitalismo global que lo acompaña, o sea la posmodernidad
no encuentran dar certezas entre otras cosas por que responde a la proyección
apocalíptica con la que occidente a construido su idea de futuro, es decir, se
es consecuente con la cancelación de opciones civilizatorias que permitan
configurar un futuro alterno.
Acompañando en todo momento
las sensaciones de incertidumbres
manufacturadas, la globalización ha puesto en crisis –y la vez que confirma,
la visión judeocristiana y positivista del progreso continuo, permanente,
ininterrumpido e interminable, por cierto también inalcanzable. Las sensaciones
de miedo e incertidumbre, propician que la dinámica de capitalismo mundial se
convierta en inaprensible para la mayoría de la humanidad, y con ello se crea
la imagen, por cierto real de que el futuro no puede ser otro que apocalíptico,
es la certeza del fin de la historia que se desprende de la misma
posmodernidad. Se admite que la globalización esta influyendo en modificar las
estructuras soportantes de la sociedad, sobre todo la idea de la familia, sin
embargo, en el ámbito de la reproducción de la cultura no es suficiente con
hacer generalizaciones o apuntar que los procesos provocados por la
globalización están por encima de la gente, son irreversibles y necesariamente
son así, como se nos presentan actualmente. Hace falta profundizar en las
repercusiones que éstos están teniendo tanto en el seno de las familias, como
su impacto en la organización y cotidianidad de las comunidades.
Con la intensión de
construir una fenomenología de la
posmodernidad e intentar establecer una conciencia posmoderna, Brünner señala
seis aspectos centrales, que según él constituyen a la cultura de la
globalización:
1º. “… ser posmoderno (o sea, ser actual) es
pertenecer a un mundo que se aleja rápidamente de cualquier territorio
conocido”, (p.50), sin embargo, el punto está en las formas de en que la
humanidad se incorpora para “pertenecer a ese mundo”, resulta que no todos
alcanzan a participar, sino sólo a mirar.
2º. “… ser posmoderno es contribuir a deconstruir,
deshacer todo lo que queda o resta del viejo mundo”, (p.51), la familia,
las tradiciones, la comunidad, el arraigo, entre otros aspectos son los
llamados a ser decontruidos, no obstante, no se considera la posibilidad de que
la cultura vista desde las personas y los grupos sociales se encuentran más
bien resignificando y reconstruyendo sus sistema de valores y creencias.
3º. “… ser posmoderno es hacerse cargo de las
consecuencias de esa radical inversión de la racionalidad de Occidente”, (p.
51) pero, se hace necesario considerar hasta donde, occidente como proyecto
civilizatorio está dispuesto a visualizar su futuro, no debemos reducir la discusión a la
fatalidad de la posmodernidad.
4º “… el clima de la posmodernidad es de un generalizado vaciamiento del
sentido (meaning). Todo se convierte en
objeto de comunicación. Incluso, las propias identidades personales son
concebidas como un baile de máscaras,” (p.52), pero no toma en cuenta que las
identidades se configuran a partir de procesos dinámicos, en los cuales los
individuos y los grupos adquieren con su experiencia de vida diversas niveles
de identidad o identidades múltiples, mismas que se ponen en juego o a prueba
de acuerdo a las circunstancias en que se encuentren o donde les toque
desenvolverse, por ejemplo, si lo que está en juego es su identidad comunitaria,
entonces se realizan múltiples estrategias para formar parte de ese campo
identitario, por ejemplo, participando en las fiestas populares, en los
sistemas de cargos, transfiriendo recursos económicos para obras comunicarías, etcétera.
5º. “…ser posmoderno es comprender, a partir de
esa asunción radical de la contingencia, que el futuro no existe; o bien, como
dice Baudrillard, que ya ha arribado”. (p. 53), es entonces, el agotamiento
de la civilización occidental como tal.
6º. “… ser posmoderno es aceptar radicalmente que
las distintas esferas culturales –alta o baja, de elite o de masas, seria o
banal, pesada o liviana, densa o difuminada, textual o audiovisual– forman
parte del Zeitgeist (espíritu de época) a igual título y son legítimas representantes
de él.”. En términos de León Olive, sería aceptar la existencia de una
multiculturalidad factual, que admite reconocer las diferencias en las
expresiones y manifestaciones de la cultura, pero no acepta, que cada una de
las diversas culturas que cree reconocer está constituida por complejos
sistemas de valores, mismos que están en juego e interactuando también de la
globalización –a veces en sus propios términos, a veces en desventaja.
En este orden de ideas,
el autor propone que “… Como forma de organizar
la vida (y no sólo la producción), el capitalismo ha ingresado a una nueva
fase. Está creando un mundo cuyas reglas de funcionamiento alteran
profundamente la organización de las sociedades, la cultura y la política”.
(p. 65). Es una fase que modifica las reglas y formas establecidas con
anterioridad, se inserta en la vida de todos los seres humanos, es la nueva
condición del capitalismo, pero sus reglas fundamentales que lo caracterizan no
se han modificado y siguen vigentes. Una de sus consecuencias es la terrible
desigualdad que ha provocado a nivel de la población mundial, nunca antes en la
historia de la humanidad había existido tanta pobreza tan extrema y
contrastante con la gran acumulación de riqueza de unos cuantos. En virtud de
tal desigualdad, el acceso a los bienes y servicios que aparecen en la oferta
cultural no es la misma, no se tienen las mismas oportunidades, en este
sentido, la apropiación y significación de dicha oferta cultural no es
homogénea.
Se sostiene, de todas
maneras que la expansión mundial del capitalismo suscita la disolución de las
ligaduras que anclan a la gente a su cultura, generando relaciones
postradicionales o posnormativas, esto es, que los individuos tienen cada día
mayor independencia para decidir respecto a sus “ataduras culturales”, este es
uno de los postulados que caracterizan a la posmodernidad. A pesar que el
proceso de la globalización ha abierto las posibilidades de elección en los
ámbitos de la adscripción étnica, con relación a la familia, a la religión, a
la nación, en realidad debido al incremento de las desigualdades y a la
modificación de las condiciones de trabajo que ha acompañado a la
globalización, los sujetos tienen cada vez menos posibilidades de elección,
teniendo que recurrir a lo conocido, que es entre otras cosas a retomar su
sistema de valores y sus rasgos identitarios, es decir, retomar las ligaduras
que les dan solidez orgánica, ya que éstas, están los referentes construidos
social e históricamente, no sólo como forma de resistencia, sino como
estrategia para mantener un carácter identitario, en este sentido, en los
diversos grupos sociales se están replanteando el papel que juegan actualmente
la familia, la religión, el género, las minorías étnicas, etc.
Un actor central del
proceso de globalización son los medios de comunicación, éstos se convierten en
una de las esferas de mayor influencia política y de legitimación del poder, “crean nuevos universos culturales”,
(p.88) es decir, nuevos universos simbólicos, en sus lazos con el poder construyen
(o destruyen) una red de las significaciones en torno al poder, legitiman (o
deslegitiman) la democracia.
“Decisivo para este proceso ha sido la globalización del modelo
democrático, la socialización de los valores asociados a este régimen y la destradicionalización
de las sociedades”, (p. 109), con el avance del capitalismo mundial para
que los mercados globales tengan cierta estabilidad social, que permitan
garantizar mínimamente que las inversiones y las mercancías que se introducen
en los distintos países puedan ser recuperados con lo menores riesgos, se busca
crear mecanismos de estabilidad y legitimación, de ahí, que el modelo de
democracia representativa tanto en su versión norteamericana –presidencialista,
así como los modelos europeos de representación parlamentaria se expandan.
Ahora bien, la expansión
e influencia de los medios de comunicación en la divulgación de una mayor
información sobre los asuntos de la política, ha traído como consecuencia el
fortalecimiento de la sociedad civil, tanto las ONG’s como la población en
general se encuentra más informada, propiciando con ello que se establezcan mecanismos
de supervisión de los representantes políticos. El modelo se debate entre la
legitimación y la deslegitimación, de ahí la creciente participación e interés
de los medios en los temas de la política, en ellos está en gran medida su
poder para legitimar y deslegitimar las formas de la democracia política.
Sin embargo, a pesar de
la necesidad constante de estar legitimando el poder al interior de los estados
nacionales, el Estado, como entidad universal está dejando de ser el medio
aglutinador de la sociedad. “Los
procedimientos burocráticos de control y coordinación –concebidos para actuar
mediante comando político–administrativos sobre una población
“territorializada” y ligada entre sí por una común tradición nacional– resultan
ahora ineficaces ante fenómenos desterritorializados, como la economía de
mercados internacionales, el narcotráfico, las comunicaciones globales, la
amenazas ecologistas o la distribución de la riqueza a nivel mundial. (p.
115). La globalización ha cuestionado el papel del Estado en cuanto a su
eficacia para la expansión de los mercados, igualmente los medios de
comunicación han traspasado las fronteras nacionales y mantienen una
comunicación transnacional, donde el Estado ha dejado de jugar el papel
normativo al respecto. La nueva función del Estado es brindar legitimación a
las nuevas formas de la producción y del mercado, además de otorgar las
garantías jurídicas y de seguridad para alcanzar su expansión. Sin embargo,
toca a los procesos de reproducción de la cultura sustituir el papel del Estado
en su papel de aglutinador de la sociedad, hoy la cultura es quien puede
cohesionar a la población, por ejemplo, la organización y participación en una
festividad religiosa o una mayordomía, siguen siendo expresiones culturales que
se practican más allá de las fronteras y ámbitos territoriales originarios, no
sólo siguen vigentes, sino que están reforzándose.
La globalización, está
construyendo un discurso que en términos simbólicos rebasa la idea del
nacionalismo, propone la creación de un hombre universal, una especie de hombre
global desterrado, sin referencia a la comunidad, a las tradiciones, al
territorio, sin identidad claramente definida. Se plantea la creación de un ser
integrado a un todo, un ser homogéneo. En un intento de querer explicar el
problema de la gran desigualdad generada por la expansión del capitalismo, Brünner
señala que “…las comunidades más
desprotegidas y carentes de recursos no anhelan quedarse fuera del circuito de
la civilización material emergente, por dura que pueda ser su resistencia a
abandonar las formas culturales heredadas”. (p. 126). Parece ser que la
condición de desigualdad esta necesariamente ligada a la resistencia a mantener
las tradiciones culturales de los pueblos y grupos étnicos más pobres, que por
tanto, para poder insertarse a los “beneficios de la civilización emergente” tiene
forzosamente que abandonarse las tradiciones culturales.
Como alternativa a lo
que consideran el debilitamiento de las sociedades tradicionales, se propone la
formación de una sociedad de públicos como el modelo ideal del ser posmoderno,
que está inscrita en el marco del mercado de símbolos, es decir, responde a la
necesidad de los mass media de
incrementar su mercado para seguir insertos en la lógica de la expansión del
capitalismo mundial. En el ensanchamiento del espacio comunicativo, los
múltiples mensajes que se envían, propician que se genere un proceso que lleva
la gente a redimensionar su identidad; entiendo por ello como la puesta en
juego del conjunto de valores y tradiciones que están en constante
resignificación, éstos no se desechan o se practican por simple voluntad o
repetición, están vigentes en la medida que significan algo para el grupo que los
porta, los crea y los recrea. En el campo de la reproducción de la cultura, son
los grupos sociales, que de acuerdo a sistemas de necesidades y experiencia
histórica, a quienes les toca cuestionarse si mantienen o reproducen sus
tradiciones (o no), es decir, asumen una posición distinta a la oferta
proveniente de los medios.
Por otra parte, los
contenidos culturales transmitidos por los medios de comunicación promueven las
expresiones de la cultura popular norteamericana, ya que con ello se cumplen
los requisitos y necesidades de los mercados culturales, “lo que se impone eventualmente en el mundo no es la alta cultura de la
modernidad, sino la industria de la cultura popular”. (p.173). Sin embargo,
la mayoría de la población no recibe estos contenidos de forma unidireccional,
éstos son refuncionalizados y reinterpretados para ser lanzados como
apropiaciones culturales de los grupos sociales, por ejemplo, la utilización
por jóvenes de distintas partes del mundo de íconos y símbolos provenientes de
los mass media que son interpretados
y significados como marcas de identidad, tanto generacional como barriales.
La capacidad creativa y
de refuncionalizar la información por parte de los distintos grupos sociales es
creciente, por ello el “esteriotipo del espectador pasivo” como uno de los
signos que la posmodernidad pregona se está quedando atrás, por ejemplo, el uso
que diversos sectores minoritarios como los pueblos indígenas de América Latina
están haciendo del video, las computadoras y el Internet demuestran la gran
capacidad de apropiarse de los mass media
por parte de la gente.
Considero que a lo largo
del texto, el gran ausente es el hombre común y corriente, la tesis del
protagonismo de los mass media está
por encima de toda comunidad humana, se les excluye del análisis, Brünner no
explora la posibilidad de conocer cómo reciben y refuncionalizan los mensajes y
cómo se están construyendo los nuevos valores. Parece que sólo los símbolos que
son transmitidos por los mass media
son los únicos que están en circulación, que los distintos grupos humanos no
han establecido, reformulado o reforzado nuevos circuitos de reproducción y
transmisión de la cultura.
[1] Brunner, Jose J. 1998. Globalizacion Cultural y Posmodernidad. Fondo de Cultura Económica. Mexico. ISBN: 956-7083-93-2
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